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XX Pregón. D. Manuel Ballesta Maqueda

D. Manuel Ballesta Maqueda, maestro de escuela y hermano de nuestra Hermandad del Rocío, pregonó las Glorias a María el día 21 de Abril de 1.996 en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. Su hija mayor, la Srta. Rocío Ballesta Meichsner se encargaría de la presentación.


Cuenta el pregonero que un buen día quiso conocer por sí solo lo que es el Rocío, para lo cual salió de casa un Miércoles de Rocío –día de nuestra salida-, agarró una manta -a la que le hizo un corte justo en el centro-, su gorra y su vara de peregrino, y se fue andando con la Hermandad hasta llegar a postrarse ante la Señora. Fue su primer Rocío el de aquel año 1.985, aunque su pertenencia a la Hermandad se reflejara desde nueve años antes.


Su amor a la Virgen aumentó cuando la contempló cara a cara. No pudo contenerse y, con lágrimas en los ojos, se dirigió a ella con sentidas palabras: “Madre, que desde que me enteré que para ser buen rociero primero hay que ser cristiano, y no paro de cavilar, lo intento y lucho por ello, por ser rociero de verdad, porque ahora que estoy delante de ti, Virgen del Rocío, a ti no te puedo engañar”.


Su pregón versó sobre todas aquellas sensaciones que el pregonero había vivido en su caminar con la Hermandad, resaltando cómo, cada uno a su manera, todos los peregrinos y romeros que van al Rocío se aferran a su fe para pedir a la Virgen que les cubra con su manto de bondad. Son muchas las promesas por cumplir y nadie duda del sacrificio del rociero que, ante las dificultades de la vida, se encomienda a la Señora:


“Al salir de Coria, la primera señal. Ya en la carretera he cogido mi rosario para rezar cuando se me acerca una mujer, sus cabellos comenzando a platear, y con toda sencillez me preguntó: ´¿Puedo ir detrás del carro? Es que tengo promesa´. Al verla, me sacude un escalofrío. Ella lleva en una mano un ramo de flores; en la otra, su flor más preciada, flor marchita, tallo quebrado, su hijo del alma: no más de veinticinco años, en su rostro refleja la mordida despiadada de la maldita droga. Asiéndole fuertemente de la mano, tira de él para que con ella su promesa comparta. Y al paso largo de las mulas, va acompasando su oración: ´Madre mía, que se cure, Virgencita del Rocío, cúramelo´. Yo, que intentaba rezar el Rosario, no soy capaz de terminar un Ave María. Sólo me salen de dentro las mismas palabras que a esa madre: ´Madre mía, que se cure. Cúralo, Madre mía del alma´. Y cuando llegamos a La Puebla, me entrega el ramo de flores y me dice: ´Toma, hijo mío, ponlo en el carro y llévaselo a Ella, que yo ya he cumplido mi promesa´. Se te hace un nudo en la garganta para explicar esa fe. No encuentras palabras.”


También el pregonero quiso describirnos a todos ese algo especial que tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla del Río. Nada es indiferente a los ojos de aquellos que ven el transcurrir de la Hermandad palaciega por sus calles:


“¿Qué tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla, que todas las puertas y ventanas se abren y ninguna se le cierra? ¿Qué tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla, que todos se echan a la calle y cada uno hace su ofrenda? ¿Qué tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla, que niños, mayores, viejos y viejas, le tiran sus besos de flores para que los llevemos a Ella? ¿Qué tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla, que hasta la piel se me cambia al ver con qué fe al Simpecado se reza? ¿Qué tiene la Hermandad de Los Palacios cuando pasa por La Puebla!



Manuel ballesta
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