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XXVII Pregón. D. Domingo Clemente Gómez

Nuestro buen amigo y paisano D. Domingo Clemente Gómez, hermano de la Hermandad casi desde su fundación -fue inscrito por un servidor, que por entonces realizaba funciones de Mayordomo, en el Libro de Registro de Hermanos el día 20 de Agosto de 1.972, con el 62 como número de orden- fue el elegido para satisfacernos a todos con su Pregón, en el Teatro Municipal, en la mañana del 18 de Mayo de 2.003. La presentación del pregonero corrió a cargo de su íntimo amigo, D. Julio Mayo Troncoso, palaciego solidario, ejemplar cofrade y capataz del paso de su Señor del Gran Poder en la Madrugada del Viernes Santo. El presentador nos explicó a todos el porqué de su presencia ante el micrófono del atril:

“Dos son las razones que me han movido a efectuar esta presentación. Una, la de hablar de un viejo amigo con el que, pese a vivir tan lejos, mantengo continuos contactos, y la otra, por ser quien es, es decir, por ser hermano de mi amigo Ramón Clemente, hoy acomodado en un palco celestial. Recuerden que él desempeñó este mismo papel de presentador el pasado año, abanderando a Curro “El Gallego”. Sé que él no me habría consentido eludir esta responsabilidad encomendada por su tan querida Hermandad del Rocío de Los Palacios.


Vecino de la pequeña localidad alavesa de Aramayona, allá en el País Vasco, es la persona elegina este año por esta Hermandad del Rocío (su Hermandad) para pronunciar el Pregón de su popular peregrinación y romería anual a la Aldea Almonteña”. Tras las emocionadas palabras de Julio en honor al presentador del año anterior y hermano del pregonero del actual, comenzó su pregonar D. Domingo Clemente. Su camino del Rocío, al que se acercaba cada año para compartir en las paradas esos momentos inolvidables con sus hermanos rocieros, fue el hilo conductor de su oratoria. Las noches de Colina, el paso del Quema, Palacio, el Ajolí, la presentación de la Hermandad ante la Virgen en la Aldea,... y


“¡cuán arropado va con romeros nuestro Simpecado en todos los momentos! Unos, rezando en voz alta; otros, callados. Algunos, cantando, pero todos llenos de orgullo y fe, De ese modo se recorren las calles de Los Palacios hasta llegar al Furraque. Allí, a la puerta de la Capilla de nuestro Patrón San Sebastián, se cantará una sentida Salve rociera...”.


Nos relató el pregonero el vacío que sintió al extraviar uno de sus más preciados tesoros, su fiel compañera de caminos, su medalla rociera:

“Una medalla me entregaron cuando hermano me afilié, de color burdeos el cordón y al cuello me la colgué. Siempre anudada estuvo en mi cama al cabezal, y a ella me encomendaba en mis noches de soledad. Los años que fui romero era mi más leal compañera, con qué respeto llevaba mi medalla rociera. En una de las mudanzas afligido un día quedé: en mi devenir errante la medalla no encontré. Aquel día a la Virgen imploré que si alguien la encontrara que se hiciera rociero y con fervor le rezara. Ya tengo medalla nueva, a mi cuello colgada está. Te prometo, Virgen mía, que ésta no se perderá”.




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